De mis pechos nunca van a fluir ríos de leche
Una invitación a explorar la memoria del cuerpo. Un viaje del dolor al goce, de la mano de la primera mujer de tu estirpe.
No tienes que ser buena.
No tienes que caminar de rodillas
cien kilómetros a través del desierto, arrepintiéndote.
Solo tienes que dejar que el animal suave de tu cuerpo
ame lo que ama.
Mary Oliver
Bienvenida a la nueva entrega del Laboratorio de la Memoria.
Como cada semana, encontrarás un contenido a medio camino entre el ensayo autobiográfico y la práctica creativa. Nunca vengo sola. Nuevas invitadas increíbles me acompañan cada jueves. Ellas nos recuerdan que la escritura atravesó la vida de las mujeres desde el inicio de los tiempos, y que fue, es y será una aliada esencial para rescatar y sanar nuestras memorias.
En la carta de hoy hablamos del cuerpo como archivo vivo. Lo llevamos con nosotras una vida entera, pero no siempre es escuchado. ¿Qué sucede cuando nos detenemos a narrarlo? Trataremos de responder a esta pregunta en este nuevo viaje juntas, donde la corporalidad propia y ajena invadirá nuestros escritos.
Un cuerpo en construcción desde la noche de los tiempos
Si pienso en mi propio cuerpo en el origen, imagino un cuerpo en construcción, gestándose en otro cuerpo que salió de otro, que a su vez salió de otro. Entonces me detengo y me pregunto: ¿cuántas veces sucedió este ciclo?
La noche de los tiempos es misteriosa, pero sé con certeza (por eso estoy aquí) que en aquel comienzo existió la primera mujer de mi estirpe. No es producto de mi imaginación.
¿Me oyes, madre originaria?
Quiero imaginarla aliada.
Quiero que me dé su bendición.
Quiero escucharla decir: no somos tan diferentes.
Pero yo soy el primer cuerpo de nuestra estirpe que dejó de gestar. ¿Qué dirías de esto, mujer primera, si pudieras posar tus ojos en esta casa?